En el nacimiento de la existencia, en aquel momento que los dioses y el universo confabularon la creación de la vida, se escogió para cada ser viviente una serie de dones, estos marcarían sus caminos en la evolución.
Los Dragones al igual que los humanos, tomaron como su primer don a la sabiduría. Fueron los únicos en escogerlo por ser uno de los más débiles y fáciles de arruinar, el universo del Chronos Gyali, en su azar, les regaló fortalezas contradictorias a cada uno.
Los dragones, consiguieron la magia y la inmortalidad. La magia les permitía controlar los elementos, y la vida eterna, la capacidad de vivir sin miedo al tiempo, los hicieron uno de los seres supremos sobre la tierra.
A los hombres, se los armó con inteligencia y esperanza, capaces de adaptarse a cualquier lugar y mejorar en cada paso de la evolución, la esperanza les dejaba ver más allá de sus límites y apuntaban a conseguirlo. Sin embargo, estos dones requerían de sacrificio y paciencia para fortalecerse.
Durante millones de años, ambos convivieron en constante choque, siendo los dragones los amos de toda la tierra, cada palabra de ellos era una orden y cada orden una feroz sentencia. El hombre forzado a su instinto de supervivencia, aprendía en cada derrota, se transformaba, evolucionaba y adquiría nuevos dones por su propia cuenta, mientras que los dragones se mantenían con la misma forma desde su creación, la inmortalidad en contra de la inteligencia en una tierra con leyes naturales, estaba destinada a fracasar.
Así fue como el ser Humano en su forma evolutiva máxima, la que hoy mantiene, llegó a dominar el Gyalis, y con este la magia, domó a todas las bestias, usaba la naturaleza para su beneficio y desarrolló la tecnología, armas suficientes para superar a los ya antiguos dragones. Descubrieron que aquella inmortalidad que se les había concedido tenía un defecto, puesto mantenían un cuerpo físico que podía ser destruido y morir desmembrados.
La sabiduría remanente en los derrotados supremos, permitió una tregua con los hombres. La lengua que gobernaría la tierra sería la del humano y los dragones tendrían prohibido volver a usar las palabras arcanas, aunque esto buscaba la paz, algo más nació en el hombre: la brutalidad y la falta de misericordia.
No todos los hombres querían paz, la mayoría quería poder. El poder corrompía los corazones humanos, las cacerías de dragones comenzaron y dejaron a algunas de estas criaturas en estados lastimosos, ausentes completamente de su supremacía en algún momento.
Los humanos, por otro lado, siempre discutieron y pelearon entre ellos por el dominio de territorios que se extendían más y más. Se expulsaban y despreciaban entre ellos, apareciendo poblados abandonados que no pertenecían a ningún rey ni a ninguna religión.
Los pueblos que se formaban al pie de las montañas, donde los Dragones se escondían, con el tiempo se llamaron los Draconianos, ya que convivían y hablaban con ellos, amantes de escuchar las historias que solo la inmortalidad permitiría recordar. Los Draconianos pidieron a los dragones que les enseñaran a usar la magia sin necesidad del Gyali, lo cual conseguían al precio de reducir sus vidas, a cambio de este poder, se les enseño a los dragones a tener esperanza, un concepto ridículo para los eternos, ya que esperar y buscar lo inexistente nunca fue natural pero le permitió al hombre evolucionar hasta dominarles.
Ocurrió entonces algo que ni los dioses hubieran pensado. Los Draconianos comenzaron un nuevo camino evolutivo en el cual tenían la habilidad de transformarse en Dragones, mientras los Dragones más sabios, usaban su poder para transformarse en Humanos. La cruza de Dragones y Draconianos, daban siempre nacimiento a humanos, híbridos peculiares al heredar la inmortalidad dragona atada al avance de la vejez que afectaba a los mortales, envejeciendo a lo largo de centurias.
Un día, uno de los reyes de las tierras de Lorenz, encontró un poblado Draconiano. Sintiéndose amenazado por las capacidades de aquellos, ordenó su erradicación. Las guerras duraron poco tiempo puesto los humanos eran tan numerosos que ni la fuerza Draconiana podía hacerles frente. Al enterarse los Monjes de Lorenz de semejantes actos, derrocaron al tirano rey, pero ya era demasiado tarde, el poblado quedó hecho cenizas con solo un sobreviviente, un hijo híbrido. En medio de la masacre, varios Dragones y Draconianos realizaron un ritual de sacrificio, otorgando al recién nacido un poder que vengaría aquel atroz acontecimiento.
Aunque los monjes lo criaron en el camino de la paz y la justicia, toda la historia estaba marcada en su memoria, su corazón estaba confundido, su sangre ardía y estallaba en furia ante el mínimo estímulo, su poder era incontrolable. Yavier Hangwarth, un monje maestro, forjó una espada de Gyalis, con ella el draconiano canalizaba su energía evitando así catástrofes y muertes en vano, pero no era suficiente, pronto llegaría el momento que el templo no podría retenerlo más.
Entre los ancianos que lo vieron crecer, decidieron que el hibrido debería emprender por su cuenta un viaje buscando un maestro más acorde, uno que pudiera enseñarle a controlarse. Para no dejarlo solo sin guía, se unió a su travesía una joven, la bella maestra Padi, una de las más cercanas al draconiano, casi la única en la que confiaba, también se les sumó Hangwarth, que fue casi un padre para aquel, este monje herrero a demás estaba interesado en mejorar y expandir su experiencia en la creación de reliquias y artefactos, los dragones podrían aportarle grandes conocimientos.
Usando como referencia leyendas y cantos bardos, viajaron por innumerables caminos montañosos adentrándose en peligrosas cuevas. Los primeros encuentros no fueron exitosos, pues los dragones salvajes más antiguos guardaban desprecio a los híbridos, esos bastardos que se cruzaron con los impuros mortales.
Sin dejarse llevar por los problemas, la amistad entre los dos jóvenes crecía día a día, hasta el punto en que disfrutaban de su aventura, el draconiano aprendió a relajarse apreciando el camino, conociendo tierras que ni en sueños habría visto, Padi por otro lado, se comenzó a escuchar su corazón, pero en su mente acechaba y la retenía que aquel aguerrido muchacho no era solo un hombre, su edad cuadruplicaba la suya pese a su apariencia, Yavier se divertía con aquella situación, poniéndolos más de una vez en incomodas conversaciones, puesto el hibrido jamás comprendió el significado de esos sentimientos tan humanos.
– Padi, ¿cómo llamas al aprendiz? – preguntó Hangwarth mientras navegaban en una canoa por un río hacia su próximo destino…
– … ¿aprendiz? –
– Aún no te has dado cuenta, pues no confías en él. Nuestro aprendiz, no tiene nombre.- El rostro de Padi se exaltó, miraba al hibrido con sorpresa y no pudo evitar soltar una carcajada, el draconiano sonreía atontado por aquella torpe risa de una maestra que vio nacer y crecer hasta ser su maestra.
El hibrido contemplando su reflejo en el agua contestó – No necesito un nombre, sé quién soy y lo que soy, soy único.-
Hangwarth les explicó – No tienes nombre, porque los de tu especie tienen la creencia que el nombre es algo poderoso, que si alguien lo supiera podría dominarte. Con los monjes decidimos no darte nombre, para que nadie intente utilizarte y tengas la libertad para crecer como un verdadero Dragón, y algún día, seas el puente puro de paz entre hombres y dragones. –
Padi, desestimando tal creencia sobre las palabras del monje, se acercó al oído del hibrido y le susurró despacio.
El hibrido la miró confuso, – ¡¿algo tan raro sería mi nombre después de escuchar mi deber como señor de los dragones?! –
Padi riendo – Tómalo o déjalo, no me interesa, pero deberías tener un nombre. Si lo aceptas… algún día hacemos la prueba de ver que tan importante es saber tu nombre –
– ¿Intentarías dominarme? –
– jajaj, claro que no, pero sería interesarte obligarte a que no tengas esa cara de tonto todo el tiempo –
Hangwarth estalló en carcajadas…
Cuando creyeron que aquella misión realmente no tendría resultados, gracias a un cuento de niños que escucharon de una vieja en una orilla de un río lejano, en un valle que solo era visible bajo la luz de la luna llena, descubrieron el primer nido de Dragones híbridos, todos tenían forma dragonil. Estos dragones ponían huevos, vivían en nidos gigantes que construían con rocas o árboles y hablaban la lengua humana. La razón por la que mantenían su forma de dragón, es que temían a los humanos y aquella forma la olvidaron. Les contaron que año tras año, recibían ataques de guerreros, héroes y bandidos en busca de capturar un hibrido para venderlo como esclavo, o la gloria de matar un dragón, despellejarlos y arrancarles garras y dientes. Los monjes vieron en ese lugar una misión, lograr la reconciliación entre hombres y dragones, aunque el joven Draconiano solo sentía el odio y desesperación de sus iguales.
Se ganaron el respeto del dragón alfa del nido y permanecieron aprendiendo sus costumbres. El joven draconiano no hesitaba en saltar a pelear cuando un enemigo aparecía, por más que el monje le ordenara detenerse, aquel peleaba sanguinariamente, Padi veía en el rostro de él, un placer macabro al matar y como los dragones lo adoraban por tal fiereza y poder.
Al pasar el primer año, Hangwarth decidió dejar al joven en el nido mientras él bajaría a intentar una tregua con la gente de los pueblos que rodeaban la montaña, durante ese tiempo, le encomendó a Padi que le enseñara a dominar la sangre de dragón en su interior, pero los dragones tenían otro objetivo…
Día a día la capacidad de destrucción del draconiano crecía, siendo capaz de doblegar al dragón más grande y al hombre más inteligente sin esfuerzo. Padi poco a poco perdía el contacto con el hibrido que al no regresar el monje, lo consideró muerto por buscar una alianza imposible. Durante una noche de luna roja, los ojos del draconiano se tornaron negros durante una feroz batalla, conquistó el puesto del Alfa en el nido. Se sentía imparable, indomable, lleno de fulgor buscando venganza por su raza, por su maestro y por su propio destino. Descendió de las montañas seguido por los dragones más fuertes y como una avalancha destrozó todos los poblados que una vez amenazaron el nido… Padi no pudo detenerlo, ya no lo escuchaba, solo permanecía a su lado con esperanza de curarlo…
En un castillo no muy lejano a la pacífica sombra de la estatua del héroe sin nombre, el Draconiano atacó con toda su furia. Era el primer asedio a una fortaleza de tal magnitud, pero en sus oscurecidos ojos solo veía un cumulo de hormigas e insectos que debían ser erradicados.
No existió descansó ni piedad, las bestias volaban en lo alto incinerando y destrozando todo aquello al alcance de su aliento. Las flechas humanas apenas podían rasguñarlos y la desesperación de este infernal escenario descontrolaba a las personas haciéndolas victimas fáciles para las mortales garras. El draconiano transformándose en el más imponente dragón jamás visto, emprendió vuelo directo al castillo central, pero algo inesperado lo recibió, Dragones, armados y equipados con monturas y jinetes humanos que saltaron a enfrentarlo. Su mente confundida no quería entender por qué esos dragones respondían tan fielmente a las ordenes humanas, solo podía imaginarse las torturas que debieron pasar para domarlos, para degradarlos, convertirlos en esclavos y privarlos de la poca libertad que ya tenían…
Enfurecido se abalanzaba sobre los jinetes despedazándolos en mordidas arrebatadas. Distraído, recibió un terrible mordisco en su largo cuello y un lanzazo directo en su ojo izquierdo, airadamente se sujetó a su atacante rasgando las alas del dragón con jinete obligándolo a caer en picada, el draconiano volvió a su forma humana para evitar un impacto que desnucó al dragón enemigo, el jinete de aquel saltó a último momento salvándose. El draconiano sin pensarlo dos veces desenfundó su poderosa espada y atravesó de lado a lado a aquel impertinente, sujetándolo pronunció
-«esto es lo que ganas por intentar domar a los indomables»-
En gastada y herida voz, le respondió
-«¿esto es lo que gano… por confiar en adoptar una bestia… por buscar la paz?…»- la sangre que bañaba la empuñadura del draconiano se sentía fría, su ojo izquierdo aún herido se abrió y el endurecido corazón del vengativo hibrido latía con fuerza… conociendo por primera vez el verdadero significado de la desolación. Su víctima, en un rostro añejado y descuidado, había sido aquel monje maestro desaparecido, Yavier Hagwarth.
Alrededor del draconiano la feroz batalla continuaba, los oídos del hijo bastardo solo escuchaban las campanas de un alma abandonando su lecho.
Sus gritos para intentar detener la batalla no llegaban a nadie, la refriega ya habían cruzado la línea de la locura y el imperio se seguía defendiendo con todo lo que tenía. Sus ojos volvieron a ser blancos, bañados en la sangre de su maestro mezclada con la suya, ardía de una forma que solo él podría entender. Tomó su espada y concentrando todo el poder y la magia que una vez le fue otorgada, disparó a las estrellas un pilar de luz blanca con estelas de un rojo carmesí. Su brillo fue tal y su potencia tan grande que todos en aquel reino fueron expulsados violentamente. Atrapado en sí mismo, el draconiano creció y cambió su apariencia, destrozaba montañas en cada respiración, aplastaba ejércitos de todas las razas con gigantescas garras, solo su rugir se podía escuchar en todo Imperium. Las nubes se conglomeraron en aquel lugar, arremolinadas en cada una de sus inmensas alas, avanzaba sin mirar destruyendo todo en su camino…
Padi, desde el nido, podía verlo y solo desesperarse, sus lágrimas llovían tormentosamente porque sabía que su compañero ya no regresaría, ya no existía… El antiguo alfa del nido, que permanecía en guardia allí, la vio, conmovido o asustado, decidió contarle a la humana un secreto, le entregó el conocimiento para realizar el sacrificio que una vez le dio lo que ahora estallaba en el draconiano.
– Si una vez le fue entregado, igual se le puede despojar. Aunque ya es tarde, no podríamos quitarle todo el poder, pero sí encerrarlo. –
Padi, con atisbos de entender lo que podría ocurrir, se ofreció para ayudar.
Los híbridos restantes del nido comenzaron el ritual sacrificándose a sí mismos mientras entretanto el alfa llevaba a la monja hasta el descontrolado draconiano.
Con su voz retumbante en pleno vuelo el alfa le aclaró – No sé qué haremos allí –
– Solo déjame caer a sus oídos.-
Al llegar hacia aquella resplandeciente e imponente entidad, el Alfa a duras penas pudo acercarse a vuelo rasante sobre la espalda antes de ser golpeado por la gigantesca cola. Padi salió expelida y usando su agilidad junto a la magia de una piedra de Gyali, llegó al oído del gigantesco dragón, desde cerca se apreciaban escamas brillantes como el mejor oro y un pelaje de cabellos tan suaves y livianos como nubes.
– ¡APRENDIZ DETENTE! – gritaba a furiosa voz sin espabilarlo. – ¡DETENTE POR FAVOR! – aquella bestia cegada solo le interesaba destruirlo todo, sus errores, su furia, la idea de venganza, el odio y la desesperación, nada debía quedar… – por favor… detente – la joven monja ya no tenía fuerzas para sujetarse, en un sollozo durante su caída pronunció el nombre que en el bote le dio al aprendiz.
Un silencio estremecedor ahogó la garganta de la bestia desbocada que se agachaba forzosamente, su resplandor se apagó y apenas podía moverse, se veía como un demonio encadenado por fuerzas invisibles…
Padi caía observando lo que ocurría cuando la cola del aprendiz de repente se abalanzó sobre ella atándola evitando que golpeara el suelo.
El gran draconiano ya no luchaba por liberarse, sus ojos blancos estaban pacíficos en contraste a su agitado aliento.
A lo lejos el ritual había concluido haciendo que el aprendiz poco a poco retomara su forma humana, mas no era lo mismo, restos de la coraza del dragón deformaron su cuerpo. A pesar de tanta agitación, permanecía parado, firme, mirando el infinito.
Padi desde muy lejos corrió hacia él, se paró y lo miró a los ojos, este la miraba indiferente, con rostro parco…
– Ya todo terminó. Estarás bien. – le dijo Padi abrazándolo esperando una respuesta. – ¿Puedes moverte?… ¿qué te ocurre? – se aleja unos pasos atrás sin perder de vista aquellos ojos blancos. – ¿me reconoces? … por favor di algo… –
– No sé quién eres mujer. No sé dónde estoy, ni como llegué… Devuélveme la libertad. –
– … … ¿De qué hablas? Ya no es necesaria más destrucción. Aprendiz eres libre, ya debes detenerte, puedes ser una buena persona yo lo sé… no sigas con esto… –
– No es mi tarea destruir. Solo quiero irme, buscar, recordar mi hogar. –
A corta distancia, el antiguo alfa se acercaba con dolorosos pasos, – El ritual… no es lo que esperábamos… Míralo bien. –
Padi lo sabía, comprendió lo que ocurría, el ritual no logró quitarle aquel poder, pero pudo borrar el odio y la furia de su sangre, llevándose todos sus recuerdos y sentimientos que una vez le inyectaron al nacer, arrastrando toda su memoria con ellos…
El alfa se desploma en la tierra – … acaso… ¿acaso dijiste su nombre?… nunca pensé, que un dragón… revelaría su nombre a una mujer humana… quizá… ¿esto es esperanza? … – el alfa cierra sus ojos en su último suspiro, con palabras y sentimientos que llegaron al corazón del aprendiz y la monja.
Padi regresó si vista a los blancos ojos del draconiano, pronunció nuevamente aquel nombre – Clomdron, eres libre –
– ¿Cómo sabes mi nombre? –
– Jeje… digamos… que un día… con cara de tonto, confiaste en mí… –
Ambos vivieron durante mucho tiempo juntos, Padi se encargó de volver a construir su memoria y de darle nuevos recuerdos llenos del amor que se olvidaron darle al nacer. El Draconiano aprendió a dominar su poder, convirtiéndose en una entidad superior, una palabra mayor entre hombres y dragones. La paz entre estas dos especies no era imposible, por más que siempre existieran confrontaciones, ya no serían solo por odio de uno al otro.
El tiempo de la humana y el draconiano avanzaron distinto, al funeral de Padi asistió todo el mundo. El corazón del draconiano, en paz, ascendió, iluminándose con el último saludo, ella viviría eternamente en él, cumpliendo su misión, recordando sin rencor la historia que concluyó la gran epopeya. Todos, dragones, humanos e híbridos lo vieron dejar caer una lágrima.
Desde aquel entonces, se cuenta la leyenda de la ascensión de Clomdron el Dios Dragón, la insignia, guardián de la paz entre estas dos especies.
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